—Estoy embarazada. – Lo solté sin anestesia.
Las palabras cayeron entre nosotros como piedras. Vi cómo se expandían las ondas en su expresión: sorpresa primero, luego algo que podría haber sido alegría, pero que se frenó antes de formarse completamente porque sabía que había algo más.
—No puedo garantizarte que el bebé sea tuyo —continué, sin apartar la mirada viendo su expresión demudada—. Pero debes considerarlo como si lo fuera.
Así comienza Fuego en la Noche. Dos años después de casi destruir nuestro matrimonio, Creí haber encontrado el equilibrio perfecto: una carrera exitosa, una hija de dos años, y una relación estable con Alex. Pero «estable» se ha convertido en «predecible». Y «seguro» en «sofocante».
La promesa que hice era clara: nunca más humillaría a Alex. Nunca más cruzaría límites sin su consentimiento. Sería la esposa apropiada, la madre dedicada, la versión domesticada de mí misma.

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