“Te pagaré cinco millones de dólares para que te cases
conmigo. Tú apareces en ese terrible reality show conmigo, yo preparo tu
contrato de grabación y después de todo nos separamos. Durante ese tiempo, tú
finges ser la esposa enamorada, yo me acuesto con quien quiera y, si tienes
suerte, en algún momento será contigo.”
Cuando el productor multimillonario Cayden “Cash” Coltrane
me dice esas palabras, me quedo en shock. No es precisamente la propuesta de
matrimonio con la que sueñas siendo una niña de un pueblo pequeño. Pero él se
está viendo azotado por los medios de comunicación neoyorquinos porque su
última víctima de la larga lista de mujeres de alto perfil con las que ha
salido y destruido ha sacado a la luz lo miserable que es.
Ahora se supone que yo tengo que ser la que limpie su
notoria imagen de playboy. Una cantante inocente que nunca ha tenido una
aventura romántica más allá de unos cuantos besos. Pero, cuando estás soltera,
sin un duro y desesperada por conseguir un acuerdo discográfico, haces locuras.
Como acceder a un matrimonio falso con un hombre que es tan
intimidante como atractivo.
Así que todo son flores y arco iris cuando fingimos ser la
pareja perfecta en televisión. Aunque hay algo que está claro: en la vida real,
nunca me enamoraré de Don Gruñón.
Al menos, eso era lo que pensaba.
No debería desearle, pero, cuando me toca, las mariposas de
mi estómago se vuelven locas.
Debería decirle que me deje en paz, pero, cuando abre su
corazón, no puedo darle la espalda.
Y, entonces, yo le doy el regalo de ser mi primero.
Todo este acuerdo termina siendo un desastre en ciernes,
con un montón de complicaciones al más puro estilo de enemigos a amantes y con
dudas del tipo ‘es esto real o no’.
Hablando de complicaciones: parece que los medios de comunicación han descubierto nuestra pequeña mentira matrimonial. ¿Sería ahora un buen momento para decirle a Cayden que mis náuseas matutinas no son nada falsas?
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