James Bowen no es solo endiabladamente sexy, sino que también es la definición de chico malo por excelencia, empezando por sus tatuajes y acabando por su actitud irreverente y despreocupada, lo cual es muy desafortunado para Tate, quién preferiría tirarse en paracaídas desnuda sobre Teherán o hacer malabares con viales de ébola a liarse con alguien como él. Los chicos malos quizás sean espectaculares en la cama, pero nunca traen nada bueno, ni mucho menos son de fiar. Que se lo pregunten a su hermana.
Aunque por esta vez Tate se va a dejar llevar; está de
vacaciones en Florida, el tipo es absolutamente irresistible y ella necesita
desconectar de su deprimente vida. Tras la muerte de su padre y su hermano, ha
hecho todo lo posible por mantener a flote el restaurante familiar, el cual,
pese a sus mejores intentos, se está hundiendo más rápido que el Titanic. Sus
trabajadores están en pie de guerra, su novio la ha dejado, y para colmo le ha
salido un acosador privado que no hace más que mandarle encantadoras amenazas
de tortura, fuego y destrucción por correo electrónico. Así que, bien mirado,
quizás una aventurilla veraniega con el chico malo tatuado de al lado sería lo
idóneo. Estrictamente sexo, y nada de volverse a ver en Boston. O, Dios no lo
quiera, repetir. Lo que pasa en Florida, aunque sea en un complejo residencial
para la tercera edad, se queda en Florida.
Lo que Tate no había previsto en ningún momento era que su
testarudo ligue de verano tuviera su propia opinión y que insistiera en
quedarse con ella, antes y después del sexo, poniéndose cómodo en su vida y
negándose a abandonarla.
James es mucho más que sus tatuajes y su actitud de chico malo y, aunque los prejuicios le nublen la vista a Tate y no esté dispuesta a mirar más allá, él no va a permitirle no hacerlo.
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