Bruce Rayner era un escritor de renombre de 27 años.
Hombre de trato difícil, además de rudo, poco amable y con
una total ausencia de paciencia.
Empleaba para realizar su trabajo las tecnicas de los
autores del siglo pasado y Edward, su editor y amigo, lo convenció para que se
actualizara e hiciese uso de la tecnología.
Los últimos meses, Rayner había pasado más tiempo haciendo
entrevistas para encontrar una nueva asistente personal, que escribiendo. Había
tenido infinidad de asistentes, algunas de ellas no habían durado en el puesto
más de dos días.
El trato con él era, la mayoría de las veces, insoportable,
debido a su carácter brusco, áspero, y descortés.
En la última entrevista atendió a tres de las cuatro
candidatas que se presentaron al puesto.
A la última no le quiso concederle la entrevista por ser
impuntual.
Las tres trabajaron para él.
Y cuando despidió a la última se vio en el compromiso de
recurrir y rebajarse a la no entrevistada, porque tenía un plazo para la
entrega de la novela y no le quedó otra opción.
Leandra Hawkins era una chica de veintiún años,
superdotada.
Había estudiado Ingeniería Informática y Económicas.
Y con ella llegó el caos a la tranquila vida del
escritor.
Bruce Rayner había encontrado en ella la horma de su zapato.
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