Nunca me gustaron los jugadores de fútbol americano.
Bueno, hasta que los conocieron a ellos tres.
No era de esas chicas a quienes les encanta ir a las
fiestas universitarias.
Solo fui aquella noche para no dejar a mi compañera de
cuarto sola.
Y fue entonces cuando conocí al chico más sexy y musculoso
que vi en mi vida.
Y solo es suficiente decir que esa noche
no dormí en mi cama.
Pero el pícaro seductor que me llevó a su casa no era un
alumno más.
Era Danny Armstrong, el mariscal de campo estelar del
equipo de fútbol americano.
Y, al parecer, llevarme a la cama no era su única
intención.
Él y dos de sus compañeros de equipo necesitaron un preparador
físico para la temporada.
Alguien que controle sus rutinas de entrenamiento y los
ayude a evitar lesiones.
Y yo, como estudiante de kinesiología, necesita
urgentemente conseguir los créditos laborales que me exigía la universidad, y
un trabajo así sería perfecto.
Danny Armstrong, el típico atleta guapo y aplicado, de unos
ojos azules intensos y mandíbula angulosa.
Lance Overmire, el receptor abierto del equipo de fútbol
americano; un bromista de abdomen marcado y sonrisa fanfarrona.
Fernando Martinez, el guapo pateador de tez morena,
procedente de Chile, que pronuncia mi nombre como si fuera una ciudad lejana y
exótica.
Durante el semestre de otoño, me dedicaría a trabajar con
ellos.
Por la mañana, tendrá que controlar sus movimientos al
levantar pesas. Por la tarde, observe su práctica de juego en el campo de
fútbol americano.
Y por las noches, sería un cargo de conducir una terapia
física aún más especializada.
¿Podría ser la preparadora física que los ayudaría a llegar
a la final?
¿O se terminarían enamorando de mí?
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