—¿Eres suya por voluntad propia? —exige Jackson, sus ojos azules están tan oscuros como las nubes sobre nuestras cabezas—. Dime. ¿Lo eres?
Jackson Vale. El adversario de mi jefe y el hombre en el
que he pensado demasiado desde que nos presentaron la semana pasada.
De todas las—
—No soy suya —exploto indignada—. Tan solo soy su empleada.
Yo no le pertenezco.
Y por alguna razón eso desencadena un destello de
intensidad y… ¿satisfacción? en la expresión de Jackson. Muy bien, oficialmente
me rindo a entender nada de esto.
Pero entonces Jackson se acerca y habla tan suave en mi
oído que apenas puedo escucharlo por encima del sonido de la lluvia.
—Si tú me pertenecieras a mí, Señorita Cruise, no te verías
tan disgustada. La verdadera pertenencia funciona en ambos sentidos. Tú me
pertenecerías a mí, pero yo te pertenecería a ti también. Un concepto que lamento
decir Bryce Gentry nunca ha entendido.
Mi aliento se agita y me alejo de la intimidad de su voz en
mi oído, sólo para perderme en el azul oscuro de sus ojos.
—Déjame ir —susurro.
Lo hace, pero antes de irse, esos ojos inquietantes me
atraviesan una última vez.
—Te volveré a ver pronto.
Y luego se da vuelta y se marcha por la calle empapada de
lluvia, dejándome aquí, confundida y sin aliento.
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