Ya no puedo negar lo que me hace sentir mi médico.
Y puede que él sienta lo mismo.
Su rostro terso y bronceado, que me mira con atención, hace
que se me debiliten las rodillas.
El Dr. Stone se mueve alrededor de su escritorio y se
coloca frente a mí.
Mi corazón se acelera ante su proximidad.
Me estremezco y me derrito en su abrazo.
Me doy cuenta de que hacía demasiado tiempo que nadie me
abrazaba.
El único problema es que también es mi médico.
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