1-UNA ESPOSA PARA STANFORD
Delaney Stanford estaba harto de que su familia lo
presionara para que se casara y tuviera descendencia.
Pero él no estaba por la labor.
Era multimillonario y le gustaba la vida que llevaba.
Salía con mujeres pero siempre les dejaba claro que no
quería nada más que no fuera una cena y disfrutar del sexo con ellas.
De manera que, para callar a su familia, decidió buscar una esposa para un año y después de ese tiempo se divorciarían. Y la encontró.
2-ADIÓS SR. STANFORD
Delaney Stanford, con todo su poder y sus millones, no era
capaz de encontrar a Tess, su esposa.
Ella le había abandonado unos meses atrás y Delaney
desconocía su paradero.
Delaney encontró el diario de Tess y lo leyó, con la
esperanza que hubiera escrito algo que le diera alguna pista para
encontrarla.
Pero no encontró nada al respecto.
Sin embargo descubrió algo que lo dejó atónito, Tess estaba
embarazada.
Iba a tener un hijo suyo.
Delaney sabía que no iba a encontrar a su mujer, si ella no
quería que él la encontrase.
De manera que dejó de buscarla.
Se había dado cuenta de que estaba loco por ella y se
arrepentía de todo el daño que le había hecho durante los meses que vivieron
juntos.
Y decidió esperar a que Tess volviera a Nueva York.
3-TAN ARROGANTE COMO STANFORD
Lauren sintió frío mientras dormía y se acercó al hombre que tenía a su lado en
la cama, buscando el calor de su cuerpo.
Nathan sintió que alguien se pegaba a él y pensó que estaba
soñando.
Pero, un instante después, abrió los ojos al sentir que,
ciertamente alguien estaba a su lado y enredaba las piernas con las
suyas.
¡Había una mujer durmiendo en su cama!
Lauren consiguió deshacerse de él y se escabulló,
desapareciendo de su casa.
De una forma casi inexplicable, o debido a la simple
casualidad, volvieron a encontrarse una y otra vez.
Si su primer encuentro fue mal, los siguientes fueron aún
peor.
La relación entre ellos fue nefasta y catastrófica.
Nathan odiaba a esa mujer, y no escondía el odio y el
desprecio que sentía por ella.
Pero a Lauren no parecían afectarle los comentarios poco
halagadores que ese abogado sabelotodo le dedicaba, y correspondía a ellos con
salidas rápidas, afiladas y, a veces tan divertidas que incluso el tenía que
hacer un gran esfuerzo para evitar sonreír al escucharlas.
Aunque todo tenía un límite, que ese arrogante abogado
sobrepasó.
A pesar de ese odio y ese desprecio aparente que ambos se
profesaban, había una atracción entre ellos díficil de ignorar.
Pero de la que ambos eran conscientes.
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