Aníbal es tímido, silencioso y algo torpe. Sin embargo,
antes no lo era; antes tenía una vida estresante y agitada en la que el trabajo
era su máxima prioridad, por encima de su familia, por encima incluso de vivir.
Hasta que un suceso inesperado provoca un drástico giro en su existencia y se
ve obligado a aprender de nuevo a comunicarse, a orientarse, a ser quien era.
El proceso es largo y complicado, a veces desesperante y, por propia voluntad,
siempre solitario.
A partir del momento en que su madre y la panadera del
barrio deciden tomar cartas en el asunto para sacarlo de su burbuja, todo
cambia. Más aún cuando Óskar, el nieto de esta última, entra en su vida.
Aníbal se enamora locamente de Óskar, que además se ha
convertido en su mejor amigo. Un mejor amigo que ni siquiera conoce su nombre
real y que ignora cuáles son sus verdaderos sentimientos.
Y así debe seguir siendo. Porque, ¿cómo iba a enamorarse un guapísimo y locuaz veinteañero de un cuarentón calvo, introvertido e incapaz de decir más de tres palabras sin atorarse?
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