Se me conocía como Fenrir el Destructor, el tomador de
vidas y castillos, un brutal guerrero vikingo en el Reino de Kaldir.
Mi reino.
Mi nombre viajaba a lo largo y ancho, y aquellos que lo escuchaban conocían su
lugar... aceptaban su miedo por encima de todo.
Tenía riquezas sin medida, mis seguidores eran incontables y leales. Pero me
faltaba la parte más crucial de mi reinado, de mi gobierno.
Una esposa.
Mi reina. Una madre para mis hijos guerreros y mis hijas princesas. Pero solo
hay una hembra que tentó mi ojo y me hizo anhelar más. Y durante años la
codicié a ella y solo a ella, esperé hasta poder proveerla sin falta.
Mi Prima.
Antes había sido una jovencita que apenas me llegaba a los muslos, pero se
había convertido en una mujer madura llena de curvas que me hacían doler. Era
la hembra que sabía que haría realidad mis fantasías más sucias.
Prima era tan pequeña, diminuta comparada conmigo, y todo mi instinto protector
se alzaba con una venganza lo suficientemente fuerte como para arrasar con todo
lo que se encontrara a su paso. Siempre la protegería sin falta.
Era mía, pasara lo que pasara.
Y cuando la tímida e inexperta Prima fue finalmente traída a mí -mi conquista
después de años de estar solo- fui un bastardo egoísta y no me negaría a
reclamarla.
Al final, ella se rendiría. Porque bajo su incertidumbre e inocencia había un
fuego salvaje que estaba dispuesto a dejar que me quemara vivo.
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